En medio de un humo que quema, deja sabor amargo y hace lagrimear, un ángel se va, vuela a través de una selva quemada y mutilada.
En silencio deja atrás las chozas de madera donde yacen ángeles fantasmales, seres que se aferran débilmente a la existencia, un recuerdo de humanidad a veces asoma en ellos. Sus alas cansadas han perdido su lustre; de sangre, ceniza y llanto están empapadas.
No es el primero ni el último, en su camino se une en el vuelo sin retorno de los que dejaron de ser. Aquellos que dejaron un vacío, un agujero insaciable que oscurece las sonrisas, deja un sinsabor espeso, difícil de pasar; un nudo de garganta que obstruye el aliento de vida.
En la selva amanece, los pájaros cantan, los corazones de los hombres sangran y los árboles les observan. Un cuerpo vacío es el triste despojo de lo que instantes antes era Chico Mendes.
El sol asoma por el este mientras al oeste, persiguiendo la luna, se aleja el aleteo suave de un ángel que se va para no volver más.
En homenaje a Francisco Alves Mendes defensor de la selva amazónica.
Ilustración de Laura Fletcher
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