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Un hombre de otro tiempo

Tal vez fueran arrebatos del destino, una confabulación del universo que atentaba en su contra. Tal vez fuera una enemistad jurada hacia concepciones tan banales como el tiempo, la puntualidad…como una especie de rebeldía contra el orden de las cosas.


Sea cual fuera la razón, él siempre llegaba tarde. Se podía decir que era un arte en sí mismo; con una precisión pasmosa él era puntual en su impuntualidad. Treinta, cuarenta, cincuenta minutos, incluso una hora o más se le podía ver llegar. Dicen que una vez llegó una hora y media tarde. Si, así sin más tocó la puerta; cruzó el umbral con ese aire agitado del que “hizo un esfuerzo para llegar un poco menos tarde”, se sentó y se limitó a existir de forma anónima en algún lugar del salón.


Quizá se tratara de un ser atemporal, un ser superior que se limitaba a observar la burda cotidianidad universitaria .

Había ocasiones en que aparecía de improviso; era como un talento para estar y no estar al mismo tiempo. Con esos ojos redondos y grandes era sorprendentemente inexpresivo. Quién puede decir que grandes misterios se escondían detrás de esos ojos oscuros. Este como otros misterios del universo, nunca lo sabré.




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