Muchos piensan que la política depende de los que la ejercen, que si hay corrupción o negligencia en un gobierno, las personas del común pueden hacer poco al respecto. Casi como si el mundo político existiera en otra dimensión, fuera del alcance de los mortales. Solo resta vivir la vida que a cada uno nos tocó y ocuparnos de nuestros propios asuntos; estudiar, trabajar, tener una casa, una familia y morir en paz. Pero, ¿qué pasaría si alguien te dijera que por una nueva ley tienes prohibido casarte o tener hijos? ¿O si de repente todo el dinero que habías ahorrado durante toda tu vida se esfumara junto con la silueta de un funcionario corrupto que se pierde en la distancia rumbo a unas vacaciones en Háwai?
Historias similares a esta hemos escuchado o vivido, historias que nos recuerdan que incluso nuestro mundo personal está construido sobre bases políticas. Este hecho bien lo han podido comprobar aquellos países que han caído bajo el peso de una dictadura.
Entonces, ¿cómo impedir eso? La respuesta… o una de las posibles respuestas, se encuentra en un lugar insospechado; la universidad.
Esta es la parte en la que se preguntan: ¿en serio puede una institución educativa cambiar la cultura política de un país? Tal transformación sería posible si se llega a las raíces del poder; es decir el sector socio-cultural, la industria y el gobierno. Tiene sentido si se pone en perspectiva, al fin al cabo la universidad es la “raíz” de donde surgen la mayoría de los conocimientos, pensamientos y comportamientos que hoy se manifiestan en la sociedad.
No obstante, antes de lograr cambio alguno hay que comprender “qué” cambiar y “cómo” hacerlo.
Modificar la “máquina social” no debe ser un proceso llevado a la ligera, antes hay que comprender su funcionamiento. En primer lugar, se debe notar que esta estructura llamada “Estado” no es una pieza homogénea, indivisible. Tal como una máquina, está formada por cientos, miles de mecanismos, todos y cada uno con una función determinada que afecta el funcionamiento de toda la estructura. De esta afirmación se deduce que la suma de los individuos conforma la sociedad, y que estos, como parte de un mecanismo que funciona gracias a la interacción de sus piezas, poseen un poder que influye directamente en su círculo social cercano e indirectamente en toda la sociedad. Es decir, ¡sí!, tú puedes cambiar el mundo.
Así mismo, la función de cada pieza es ligeramente diferente, a grandes rasgos se pueden clasificar por sectores y según su función en tres grupos: económico, socio-cultural y político. Estos tres, pilares que sostienen la sociedad, están interrelacionados entre sí de tal manera que tienden a confundirse; un canal de televisión hace parte esencial del medio socio-cultural, sin embargo se usa también como un espacio para promover el consumo (espacios publicitarios) y para tratar asuntos políticos de interés público (noticias, propaganda del estado o de algún agente político, entre otros). Esta relación cercana no es casual, es necesaria; los individuos deben estar en constante interacción, pues cuanto mayor intercambio de información haya, más solida será la cultura y la identidad de la comunidad.
Por lo tanto, es esta relación la que permite que exista o no en una sociedad; al fin y al cabo “todo lo que somos es cultura”. Desde la ropa que vestimos hasta la forma en que pensamos son resultado de la comunicación.
En este, como en tantos otros conceptos relativos al ser humano se introduce el poder. Los ejes de la máquina no pueden girar sin control, esta interacción debe ser regulada por un mecanismo especial; una serie de “orientaciones o directrices que rijan la actuación de una persona o entidad”, en otras palabras lo que la Rae define como política. Pero no estamos hablando de un simple libro de reglas, la política es una práctica social, lo que quiere decir que es práctica no teórica, que se sustenta en la comunicación activa y que está asociada a una serie de rituales y modelos mentales; el voto, las campañas electorales, los discursos, los debates públicos, entre otros son algunos de ellos. Tales esquemas dejan de ser simple política y se convierten en cultura política.
Entonces volvemos a la pregunta, ¿cómo cambiar la cultura política en un país partiendo de una universidad?
Aunque la tarea parezca difícil no es imposible. La universidad no es ni mucho menos un espacio aislado de la estructura social, de hecho es uno de sus motores principales. El bienestar de una sociedad va ligado a la satisfacción de unas necesidades que en el siglo XXI se consideran básicas: entretenimiento, seguridad, alimentación, refugio, educación, entre otros. El mantenimiento de tales servicios solo es posible gracias a la existencia de personas con un conocimiento especializado. A su vez el acceso a este conocimiento depende de una institución educativa que instruye en este saber. Esta relación permite inferir que la universidad es el medio que facilita y soporta la existencia de un bienestar social, por lo que promover un cambio desde esta institución no es una utopía.
Según la metáfora de la máquina, podríamos pensar erradamente que una sola universidad es apenas un pequeño mecanismo y que no le es posible influir en la cultura política de un país, pues su radio de acción está limitado a los usuarios de sus servicios: los estudiantes. Este planteamiento puede ser válido si se piensa a corto plazo. Sin embargo, una vez graduados, esos estudiantes formarán parte activa de la sociedad; ocuparán un cargo y tendrán poder sobre un sector determinado. ¿Y qué tiene que ver esto con la cultura política?, ¿cómo puede un ingeniero cambiar la forma en que un dirigente hace su campaña política?
Como se ha explicado a lo largo de este texto, en la sociedad no existen zonas aisladas, todo está conectado y cada individuo tiene poder sobre los otros. Por supuesto, aún con cierto poder, este ingeniero seguiría sin ser suficiente para promover un cambio nacional. Sin embargo, sí que se podría lograr algo; si profesionales ubicados en diversos sectores laborales del país estuvieran unidos bajo una ideología, un modelo del futuro ideal para el país en el ámbito político, económico y social. El hecho de compartir una visión, ya sería determinante para influir de forma masiva en la cultura (y por lo tanto en la cultura política) del país; no solamente sería un ingeniero, también se uniría en el propósito un docente, un médico, una periodista, un economista, una cantante.
Este cambio solo puede entenderse si se comprende que la cultura no es cuestión de artistas y pintores, que la política no es para las élites y que todos tienen un papel importante.
La sociedad existe porque tú y yo estamos aquí; la política existe porque hay alguien a quien gobernar y la cultura nace gracias a que hay comunicación entre las personas.
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