Los criminales no deben ir a la cárcel. Suena como una locura, pero esa no es la mejor solución ¿Cuál es entonces la solución al crimen? Para saberlo, hay que conocer sus orígenes.
Delitos como el asesinato, la violación, el tráfico de drogas, son crímenes que nos horrorizan. Sin embargo, del crimen tiene responsabilidad tanto el delincuente como el entorno social; sus amigos, familiares, conocidos o referentes sociales (escritores, artistas, políticos, etc.). No obstante, cuando se juzga a un asesino, un ladrón o un traficante, aunque se suele tener en cuenta ese entorno —su historia, su educación, su entorno cultural—, este solamente termina siendo un dato más en el caso.
La ley (generalmente) solo juzga los hechos. Pero… ¿qué tal si la ley se equivoca?, ¿qué tal si lo más importante no son los hechos sino todas esas conexiones y experiencias?
El ser humano construye su identidad casi completamente a partir de su contexto. Aunque duela admitirlo, un asesino es lo que es gracias a su interacción con un entorno social, con unas ideologías, unos comportamientos específicos. Como sociedad, hay que tomar responsabilidad de este daño y asumir la labor de corregirlo. Eso es lo que verdaderamente importa, solucionar y reparar el daño, no castigar. Por eso, los criminales no deben ir a una prisión. Al menos no al espacio que suele corresponder a este nombre.
De todas formas, no es tan sencillo, tampoco deben quedar libres, deben ser comprendidos como lo que son, un producto del entorno social.
Por sus métodos, se puede deducir que el sistema penal pretende corregir un comportamiento no deseado mediante el castigo, un método parecido a los planteamientos del conductismo de Skinner; si haces algo bien tienes un premio (rebajas de condena), si haces algo malo un castigo (celdas de aislamiento). No obstante el ser humano es más complejo que eso, está rodeado por un contexto sociocultural que influye en gran medida en su comportamiento, sobre todo si se trata de un adolescente.
Según Bandura, los humanos aprenden a partir de la observación de su entorno, observan los actos de otros individuos y asocian sus acciones con un resultado. De esta forma, si alguien ve a un hombre robar y obtener mucho dinero fácilmente, puede sentirse atraído a imitar esa conducta esperando el mismo resultado. Hay dos factores que determinan la probabilidad de que esto suceda, la educación y la edad.
En primer lugar, la edad determina qué tan fácilmente puede una persona verse influenciada por su entorno. No es el mismo comportamiento el de un joven que ha crecido en un entorno peligroso que el de un adulto que no ha tenido relación con ese entorno. Según estudios psicológicos, durante la adolescencia algunas zonas del cerebro aún no se han desarrollado del todo, concretamente la zona prefrontal que es la que se encarga del análisis y/o toma de decisiones. Es decir que el cerebro en esta etapa es altamente flexible y tiende a adoptar fácilmente nuevos conceptos. Esto significa que la juventud es el momento crucial en el que se refuerzan ideas y comportamientos. Es más probable que una persona cometa actos delictivos en la juventud, más aún si tiene estímulos externos como por ejemplo un entorno social que le incite a cometerlos. Por lo tanto, una conducta criminal no es natural al ser humano, sino que es aprendida en la medida en que haya alguien a quien imitar.
Entre otros artículos y publicaciones, un libro de The Organization for Economic Co-operation and Development, demuestra que a mayor nivel de educación académica, mejor expectativa de calidad de vida. Esto permite concluir que un bajo nivel educativo representa una pobre expectativa de calidad de vida, lo que puede estimular a una persona a tomar caminos alternativos para mejorar dicha expectativa, es decir cometer actos criminales para obtener dinero o poder.
Es decir que la educación —tanto social como académica— puede ser determinante para que una persona adopte cierta conducta y percepción del mundo. Con una educación integral, un individuo puede hacer grandes cambios en su conducta; una educación integral “apunta al desarrollo de una actitud crítica y reflexiva con una disposición para la acción. Toda acción educativa parte de una concepción de la realidad compleja y multidimensional con una cierta visión del hombre y del mundo en un contexto socio-cultural e histórico determinado”. Por lo tanto, en la medida en que se accede a un mejor nivel educativo, se amplía la capacidad analítica y se desarrolla una postura crítica y reflexiva frente al mundo.
Como lo confirman estudios de múltiples investigadores, no es casualidad que en barrios pobres —con un bajo nivel educativo y bajos ingresos— los índices de violencia sean más altos. Tampoco es casualidad que la mayoría de los reincidentes tengan relación constante con un entorno violento o peligroso (drogas, violencia, pandillas). Como lo comprobó una investigación realizada en centros de reclusión por la Universidad Militar Nueva Granada, las personas reinciden ya que no conocen otra forma forma de ganarse la vida.
Esto explica por qué un barrio afectado por actividades ilegales (robos, homicidios, tráfico de drogas), continúe con esta tendencia a lo largo del tiempo; las conductas delictivas tienden a transmitirse de generación en generación a través de la interacción social.
Actualmente, la solución más común que se aplica a la delincuencia es la privación de libertad, tanto si se trata de un menor (generalmente de más de 14 años) como de un adulto. En algunos países, la edad es tenida en cuenta como un atenuante, por lo que los jóvenes no reciben penas mayores o van a instituciones donde se intenta rehabilitarlos. Aunque no siempre es así, en el caso de sistemas judiciales muy estrictos, se ha juzgado a niños a cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional. De hecho, según un estudio hecho en 2005 por Human Rights Watch, para ese año en Estados Unidos había más de 2000 personas que fueron condenadas a cadena perpetua siendo menores de edad.
Por otra parte, según una investigación de The Sentencing Project, desde 1980 en EEUU (el país con más prisioneros en el mundo), la población de reclusos ha crecido más de un 500%, es decir que en dicho país más de 2 millones de personas viven en una celda. Si sumamos a esa cifra el número de reclusos de los siguientes tres países en el ranking (China, Brasil y Rusia), reunimos casi cinco millones de prisioneros (World Prison Brief, s.f).
Este aumento poblacional en prisiones de todo el mundo, ha sido principalmente impulsado por una corriente de reformas judiciales para ‘combatir’ el crimen y el tráfico de estupefacientes. Tanto en EEUU como en Colombia (y en otros países en general) se ha presentado una especie de populismo punitivo. Marc Mauer, director de The Sentencing Project dijo: “Había casi una competencia entre las legislaturas de ambos partidos (demócrata y republicano) por mostrar lo duros que podían ser con el crimen, esto se vio reflejado en una inflación de sentencias que convirtió a EEUU en el país con más reclusos del mundo. También en Colombia se presentan manifestaciones de este populismo; ante la propuesta de aumentar las penas para menores, el alcalde de Villavicencio, Guillermo Zuluaga dijo: “Debemos imponer penas ejemplarizantes, porque estamos tratando como angelitos a verdaderos criminales”.
A pesar de los aumentos en las penas, el mundo no ha cambiado; siguen habiendo homicidios, robos y demás. El sistema penal no ha resuelto el problema de la delincuencia, solo lo ha reducido parcialmente. Como dije antes, el origen de la delincuencia yace en la educación y en la relación con un entorno social agresivo.
De hecho, la prisión ha podido tomar parte negativa en la problemática, testimonios de medios de diversos países relatan cómo este espacio se ha convertido en una especie de universidad del delito; en periódicos como El Colombiano, Excelsior (México) y Sin Mordaza (Argentina), se pueden encontrar publicaciones que describen esta realidad. Esto sin mencionar que el sistema está siendo desbordado, los informes dicen que en 2017, el 75,5% de los reclusos colombianos viven en condiciones de hacinamiento y graves problemas de higiene y atención médica.
El sistema judicial y penal necesita un cambio, tanto de concepto como de método. Los hechos ya han demostrado que la prisión no es la mejor solución, de hecho existen precedentes del pasado y del futuro que demuestran que hay métodos más efectivos que la sola privación de la libertad.
El sistema penal noruego se encuentra entre los más exitosos en el mundo, no precisamente por sus castigos. De hecho cuenta con la tasa más baja de reincidencia del mundo, un 20%. Este sistema comprende que los reclusos volverán en algún momento a la sociedad, por eso le dan gran importancia a la rehabilitación. El 30% de sus prisiones son abiertas, es decir sin celdas ni grilletes. Los reclusos tienen derecho a estudiar, trabajar y vivir al aire libre. No viven en celdas sino en cabañas. Tom Bastoy, director de uno de los centros de reclusión, resume la filosofía penal noruega en una frase: “Es realmente muy simple: trata a las personas como basura y serán basura. Trátalos como seres humanos y van a actuar como seres humanos” . Esto demuestra que un cambio en el entorno y la existencia de oportunidades de estudio puede hacer una diferencia en las personas.
El sistema penal y judicial puede y debe cambiar. Comprendiendo que el crimen es producto de la cultura, hay que tomar medidas para transformar esos hábitos e ideologías agresivas.
El sistema judicial debe proporcionar a las personas que cometen un crimen una alternativa a ese estilo de vida. Las prisiones deben tener un poco menos de centros de detención y un poco más de centros de educación y rehabilitación. Las personas culpables de un crimen no deben ir a una prisión simplemente porque eso no va a aportar algo verdaderamente positivo (a largo plazo), ni a la comunidad ni al cambio de conducta de esa persona.
Transformar la concepción de “justicia” y de “criminal” es la única forma de empezar a reducir la delincuencia y de reconstruir los daños que esta haya podido causar. Esa es la cuestión, construir futuro, construir sociedad.
"Es realmente muy simple: trata a las personas como basura y serán basura. Trátalos como seres humanos y van a actuar como seres humanos"
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