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El allá

El allá luce infinito como el cielo. Como un cielo inundado en el que flotan criaturas con cuerpos ligeros y ágiles. Es tan inmenso que no hay ojo humano que pueda detallar su principio y su fin.


El allá es muy diferente del acá. El allá es azul, azul en todos sus matices, en todas sus definiciones. Su paisaje es un arco iris de colores salpicado siempre de un matiz azul. El allá luce infinito como el cielo. Como un cielo inundado en el que flotan criaturas con cuerpos ligeros y ágiles. Es tan inmenso que no hay ojo humano que pueda detallar su principio y su fin.


Observar su infinitud hace dudar de la misma existencia; eres tan solo un pequeño punto dentro de un minúsculo fragmento del gigante azul.


Ser una criatura del acá en el allá es confuso; como un lobo en el desierto, como un elefante de encubierto. Debes aprender a ser uno más de ellos. Aprender a vivir desde lo básico: respirar. Inhala, exhala, inhala… a un ritmo constante, no te detengas.


Tu vida depende de un pesado cilindro metálico que te hace avanzar como un caracol.

El allá es silencioso. Criaturas de fibra y hueso flexibles se deslizan en perfecta coordinación por rutas invisibles. Se mueven en solitario, en pequeños grupos o en enormes cardúmenes. Es como una gran metrópolis, siempre en movimiento. Sus habitantes silenciosos, sumidos en sí mismos al tiempo que no pierden detalle de su entorno.


Desfilan ocasionalmente en filas tan estrechas que casi se tocan, sin embargo hay una burbuja invisible que les separa. En esto, las criaturas del allá no son tan distintas de las del acá, acaso puedan compararse con los cardúmenes de personas que se deslizan por las calles de las grandes ciudades. Todos marchando a diferentes ritmos, en diferentes direcciones. Sin embargo, a diferencia de los que viven en el fondo seco, las criaturas del allá no evitan acercarse demasiado al otro, no evitan su mirada, sus expresiones, su contacto. Entre ellas hay una profunda intimidad, te observan con toda su atención, en absorto silencio, sin parpadear.


Se mueven ágiles a tu alrededor, te observan de reojo, se esfuman en un remolino. Acaso un movimiento exagerado pueda darles la señal que esperan para atacar o huir.


Un par de ellas revolotean a pocos metros de ti. Una tonelada de información desborda tu mente. Son tiburones. Sin embargo se parecen poco a las famosas bestias asesinas de las películas que son solo dientes y hueso. Entonces se deslizan con suavidad hasta que quedan a solo dos metros de ti. Sus ojos inmóviles observan en aparente calma, sin agitarse, sin esquivar la mirada ¿Qué piensa un tiburón?


Un parpadeo basta para encontrarte entre sus dientes. Nada sucede.


No eran tiburones asesinos. Tal vez esa es la diferencia entre nosotros, las criaturas del allá viven en el allá. Las del acá viven temiendo a tiburones imaginarios, incapaces de ver a los ojos del otro, de ver más allá de las propias ideas. Tal vez las criaturas del allá puedan enseñarnos a guardar silencio y observar.



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